La (no tan) ignota complejidad química de nuestra dieta
Mi día en Twitter comenzó con una publicación interesante:
Albert László y colaboradores detallan una perspectiva de la vasta cantidad de sustancias químicas que ingresan a nuestro cuerpo en forma de comida con efectos directos en la salud, como lo demuestra la alta prevalencia de enfermedades cardiovasculares, obesidad, diabetes mellitus 2, etc.
Si se trata de números, el informe de agosto del 2019 de FooDB, una base de datos auspiciada por el gobierno canadiense, hay 26625 químicos diferentes en la comida, con miras a que la cifra siga aumentando. Esto evidencia que el conocimiento epidemiológico es escaso en materia de nutrición y aun más estrecho para el público en general.
¿A qué se debe semejante diversidad? Los organismos dependen de todos esos compuestos para sobrevivir, evitando a sus depredadores con medios mecánicos, como las espinas, o químicos que resultan en con colores poco llamativos, olores y sabores desagradables. Para llegar al producto final, el organismo emplea una maquinaria metabólica que lo sintetiza, dando paso a productos secundarios, cuya cantidad se calcula en más de 49000 sustancias. De manera que la estimación de FooDB no refleja la verdadera gama de químicos que consumimos.
¿Qué alimentos son los más diversos? Las plantas, pues en la mayoría de los ejemplares se han detectado o inferido cerca de 2000 compuestos; apenas el 15 % se ha cuantificado. Por ejemplo, FooDB reporta para el kiwi 4063 sustancias; tan solo se tienen registradas las concentraciones de 81.
Más adelante, los autores detallan que estas cifras no son significativas del conocimiento real de la composición de los alimentos, pues con un proyecto piloto llamado «FoodMine» se constató que la literatura científica sí tiene información al respecto; el problema es que no se ha coordinado dicha información con los bancos de datos, a fin de enriquecerlos con recursos de diferentes medios y comunidades científicas.
También enfatizan el hecho de que la medicina está subestimando el efecto sobre la salud de todos los compuestos de los alimentos, como sucedía entre los detractores del Proyecto Genoma Humano en los ochenta, quienes aducían que no importaba el 98.6 % del DNA, ya que no codificaba para ninguna proteína. En la actualidad sabemos que el DNA «basura» interviene en más del 60 % de las enfermedades genéticas. Por eso no se debe dejar de lado el estudio, y su adición a los bancos de datos, de los químicos de los alimentos ni descartar la posibilidad de que la falta de información esté creando sesgos en investigaciones sobre efectos en la salud.
«Vislumbrar la "materia oscura" de la nutrición dotaría de nuevas estrategias para descubrir la amplia gama de mecanismos moleculares por los que la alimentación incide en la salud, ayudándonos a comprender cómo usar los alimentos como tratamiento y lograr la identificación de los bioquímicos de la alimentación con efectos terapéuticos directos».
Para lograrlo, hace falta implementar herramientas más eficientes, mejorar los métodos de investigación y análisis, con tal de catalogar lo que verdaderamente se pretende. Pero la complejidad no termina allí, pues los alimentos cambian su composición según la zona de producción, los contaminantes ambientales, el procesamiento, método de preservación y la cocción en sí: sustancias presentes en un producto crudo quizá ya no lo estén una vez que pase por el fuego o aparezcan otras fuera del conocimiento del laboratorio.
Por lo tanto, el conjunto de químicos que ingresan a cada individuo se vuelve distinto, de allí que se hable del «trofimonoma» (foodome), comparado con un código de barras que describe qué consumimos, determinado por el entorno geográfico, social, cultural y socioeconómico. Este análisis, cotejado con el genoma y otros, permitirían dar resultados sistemáticos que asocien mutaciones con químicos alimenticios, en el intento por crear medidas para regular las relaciones intracelulares que resulten en la prevención o el tratamiento de las enfermedades, poniendo freno a la predisposición genética, no modificable.
Debemos acostumbrarnos a tales niveles de complejidad, pues la medicina proseguirá en la línea del estudio de las relaciones en micro y macro ambientes. En el futuro, toda la investigación rendirá frutos, al grado de poder personalizar dietas e implementar tratamientos con alimentos, así como mejorar la calidad de vida con estilos de vida basados en la evidencia que prevengan la enfermedad.
Fuente:
El Dr. Thompson, cuyo campo de investigación es la genética, publicó la foto de un anuncio visto en la calle, que dice: «No estamos diseñados para comer químicos». Con un giro en la cuestión, escribió: «Es cierto. Evolucionamos para comérnoslos». Parece que el algoritmo hoy en día escoge el tema a discutir. Le haré caso.This is true. We evolved to eat chemicals. pic.twitter.com/UVR7CUL7j5— Barry Thompson (@ThompsonLab) December 15, 2019
Albert László y colaboradores detallan una perspectiva de la vasta cantidad de sustancias químicas que ingresan a nuestro cuerpo en forma de comida con efectos directos en la salud, como lo demuestra la alta prevalencia de enfermedades cardiovasculares, obesidad, diabetes mellitus 2, etc.
Si se trata de números, el informe de agosto del 2019 de FooDB, una base de datos auspiciada por el gobierno canadiense, hay 26625 químicos diferentes en la comida, con miras a que la cifra siga aumentando. Esto evidencia que el conocimiento epidemiológico es escaso en materia de nutrición y aun más estrecho para el público en general.
¿A qué se debe semejante diversidad? Los organismos dependen de todos esos compuestos para sobrevivir, evitando a sus depredadores con medios mecánicos, como las espinas, o químicos que resultan en con colores poco llamativos, olores y sabores desagradables. Para llegar al producto final, el organismo emplea una maquinaria metabólica que lo sintetiza, dando paso a productos secundarios, cuya cantidad se calcula en más de 49000 sustancias. De manera que la estimación de FooDB no refleja la verdadera gama de químicos que consumimos.
¿Qué alimentos son los más diversos? Las plantas, pues en la mayoría de los ejemplares se han detectado o inferido cerca de 2000 compuestos; apenas el 15 % se ha cuantificado. Por ejemplo, FooDB reporta para el kiwi 4063 sustancias; tan solo se tienen registradas las concentraciones de 81.
Más adelante, los autores detallan que estas cifras no son significativas del conocimiento real de la composición de los alimentos, pues con un proyecto piloto llamado «FoodMine» se constató que la literatura científica sí tiene información al respecto; el problema es que no se ha coordinado dicha información con los bancos de datos, a fin de enriquecerlos con recursos de diferentes medios y comunidades científicas.
También enfatizan el hecho de que la medicina está subestimando el efecto sobre la salud de todos los compuestos de los alimentos, como sucedía entre los detractores del Proyecto Genoma Humano en los ochenta, quienes aducían que no importaba el 98.6 % del DNA, ya que no codificaba para ninguna proteína. En la actualidad sabemos que el DNA «basura» interviene en más del 60 % de las enfermedades genéticas. Por eso no se debe dejar de lado el estudio, y su adición a los bancos de datos, de los químicos de los alimentos ni descartar la posibilidad de que la falta de información esté creando sesgos en investigaciones sobre efectos en la salud.
«Vislumbrar la "materia oscura" de la nutrición dotaría de nuevas estrategias para descubrir la amplia gama de mecanismos moleculares por los que la alimentación incide en la salud, ayudándonos a comprender cómo usar los alimentos como tratamiento y lograr la identificación de los bioquímicos de la alimentación con efectos terapéuticos directos».
Para lograrlo, hace falta implementar herramientas más eficientes, mejorar los métodos de investigación y análisis, con tal de catalogar lo que verdaderamente se pretende. Pero la complejidad no termina allí, pues los alimentos cambian su composición según la zona de producción, los contaminantes ambientales, el procesamiento, método de preservación y la cocción en sí: sustancias presentes en un producto crudo quizá ya no lo estén una vez que pase por el fuego o aparezcan otras fuera del conocimiento del laboratorio.
Por lo tanto, el conjunto de químicos que ingresan a cada individuo se vuelve distinto, de allí que se hable del «trofimonoma» (foodome), comparado con un código de barras que describe qué consumimos, determinado por el entorno geográfico, social, cultural y socioeconómico. Este análisis, cotejado con el genoma y otros, permitirían dar resultados sistemáticos que asocien mutaciones con químicos alimenticios, en el intento por crear medidas para regular las relaciones intracelulares que resulten en la prevención o el tratamiento de las enfermedades, poniendo freno a la predisposición genética, no modificable.
Debemos acostumbrarnos a tales niveles de complejidad, pues la medicina proseguirá en la línea del estudio de las relaciones en micro y macro ambientes. En el futuro, toda la investigación rendirá frutos, al grado de poder personalizar dietas e implementar tratamientos con alimentos, así como mejorar la calidad de vida con estilos de vida basados en la evidencia que prevengan la enfermedad.
Fuente:
Barabási, A., Menichetti, G. & Loscalzo, J. The unmapped chemical complexity of our diet. Nat Food (2019) doi:10.1038/s43016-019-0005-1
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